Ahora entiendo porque Ernest Hemingway repetía constantemente que “yendo en bicicleta es como mejor se conocen los contornos de un país”. Este domingo, y gracias a la invitación de nuestros amigos de Bici Cultura Tadeista, recorrimos parte de la Sabana de Bogotá y apreciamos aquello que pasa desapercibido cuando se viaja en carro.
La rodada comenzó en el Portal de la 80 y cerca de las 8 de la mañana fueron llegando los bicicleteros. Allí los organizadores explicaron la ruta y dieron las recomendaciones de seguridad.
Arrancamos a pedalear por la Calle 80 hacía el occidente para tomar la Autopista Medellín. En el Puente de Guadua se unieron más personas a la aventura. Uno de los primeros desafíos que sorteamos fue el tráfico vehicular, pues - a pesar de ser fin de semana – esta es una de las avenidas con mayor flujo (según datos del Invías al día circulan cerca de 20.000 carros).
Para fortuna nuestra, nos acompañaban dos vehículos de asistencia al mejor estilo de la Vuelta Colombia, esto nos permitió rodar con mayor tranquilidad.
A la altura de la glorieta de Siberia el aire cambió. Era el aire más limpio que indicaba que atrás quedaba la gran ciudad y daba la bienvenida a otro escenario donde predominaba el verde. En este punto, bajó considerablemente el número de carros e hicimos la primera parada para hidratamos e intercambiar bicicletas. Le dejé mi GW a otra persona y tomé una de ruta que me encantó porque rodaba muy rápido.
El próximo destino sería Chía. En el restaurante Andrés Carne de Res hicimos una parada técnica para despinchar, pero como el hambre apremiaba, se decidió montar la bici pinchada en uno de los carros de asistencia y bajar otra en perfectas condiciones para que nuestro compañero siguiera rodando.
En un supermercado de Chía compramos los ingredientes para hacer sanduches. Mientras unos hacían mercado otros deshincharon la bicicleta. Ahí me di cuenta que quienes nos acompañaban en los carros de asistencia eran los papás de los integrantes Bici Cultura Tadeista. El apoyo ante todo.
Después de almorzar volvimos a arrancar y entramos a Cota. El papá de uno de los del grupo nos llevó a un sitio a comer un delicioso helado casero.
El retorno a Bogotá lo hicimos por la misma ruta. La recta de la Autopista Medellín fue la excusa perfecta para acelerar la pedaleada. Así terminó este ciclo-pinic de 47 kilómetros en el que se respiró aire puro y conocimos mejor parte de la Sabana de Bogotá.
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