Yira y su bicicleta nueva. (Foto: Daniel Reina) |
Ni ella misma se
lo cree, pues antes desde que salía de su casa, esperaba el Transmilenio,
se bajaba en la Calle 92 y caminaba hasta el Parque de la 93 le tomaba una
hora y 10 minutos. Y si viajaba en bus eran más de 45 minutos.
Yira es cartagenera y solo montaba en bicicleta en época en vacaciones cuando iba a visitar a sus papás. La última vez que tuvo una bici propia fue hace más de 10 años. En Cartagena utilizaba la de su padre. Estudió en Medellín y llegó a Bogotá hace dos años y medio por una oferta laboral. “El choque más grande que tuve con esta ciudad fue el tráfico. Me estaba enfermando, sufría de estrés. No podía creer que perdiera más de dos horas de mi día montada en un bus y en las peores condiciones, en medio de estrujones y trancones”, dice.
Hoy se
arrepiente de no haber tomado antes la decisión de comprar una bicicleta para
desplazarse. No lo había hecho por desconocimiento de las ciclorrutas,
por temor a que la robaran y por una falsa percepción de que su casa
estaba lejos del trabajo (obvio montada en bus el recorrido le parecía
eterno). Hasta un compañero le metió terrorismo y le dijo que en bici se podía
demorar hasta 2 horas.
En uno de esos
largos viajes le llamó la atención una mujer que iba en bicicleta frente al
Estadio El Campín. En algunos tramos la bici le sacaba ventaja al bus de Yira.
Al final, las dos llegaron a la Calle 92 al mismo tiempo; como era de esperarse
la de la bici siguió rápidamente su camino y Yira emprendió una caminata de 20
minutos y se repetía: “no es ju’to (no es justo)”.
Hace poco de
regreso a casa, en la 9 con 94, tuvo que esperar por más de una hora a que
pasará un bus, pero todos iban llenos. La situación la frustró, pues después de
un día de trabajo estaba cansada, tenía hambre y mucho sueño.
Esas dos
situaciones fueron determinantes para que Yira, por fin, comprara una
bicicleta. Invirtió 265.000 pesos en una Bernalli y en un casco.
Aunque no gastó más porque en diciembre se irá a vivir a Barcelona, si piensa
destinar unos pesos más para comprar un mejor casco, un par de luces y un pito.
El miércoles se
estrenó como biciusuaria, tomó la carrera 30 hasta la 92, luego subió hasta la
15 y llegó al Parque de la 93 en solo 35 minutos (todavía sigue sin creerlo).
No le dolieron las piernas, pedaleo a su ritmo y llegó tranquila, sudó un
poco porque traía morral, por eso de ahora en adelante trae un bolso de lado.
El primer día se
llevó gratas sorpresas: se sintió acompañada a lo largo de la ciclorruta (hay
bastantes ciclistas), los conductores le cedieron el paso en algunas
intercepciones y sintió el delicioso olor a donuts que sale de un local sobre
la 30 con 68.
El regreso no
fue tan traumático como se lo pintaron. Salió a las 5:30 de la tarde y llegó a
la casa pasadas las 6. ¡Qué dicha llegó y aún estaba de día! Tuvo hasta tiempo
para ir a cine y ver la película española Los lunes al sol.
En su primer
recorrido aprendió que debe tener cuidado debajo de los puentes de la 92 con 9,
no solo porque está lleno de vidrios, sino porque hay gente “extraña”: “Definitivamente
hace falta vigilancia en esa zona”, recomienda la nueva biciusuaria y
tiene razón. También le llamó la atención el mal estado del adoquín frente al
crematorio de la 68 y la imprudencia de los conductores en este sector que no
se percatan del paso de las bicicletas.
Ya recibió su
primer regaño. Un señor le llamó fuertemente la atención por subir por un
puente peatonal montada en la bici. Afortunadamente ya le contaron que en esos
casos debe bajarse de la bici por su seguridad y la de los peatones.
Mientras aprende sobre los derechos y deberes de los biciusuarios, irá perfeccionando la ruta, mirando dónde puede parquear y volviéndose más diestra con la bicicleta. En la oficina ya se dieron cuenta de que Yira cambió no sólo porque llega más temprano y es más productiva, sino porque está más feliz.
Un "no es ju’to" menos en la vida de Yira. ¡los milagros existen! ;)
ResponderEliminarEste artículo es todo lo contrario a una 'pod'quería'
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